Un Estado impotente e ineficaz frente al crimen

Salta y el NOA comparten el liderazgo del registro nacional en materia de violencia de género, robos violentos y homicidios. Sin embargo, la mayor incidencia de la criminalidad se encuentra en el conurbano bonaerense.

Todos los expertos coinciden en que las cifras precisas de homicidios, robos y violaciones, y de delincuencia en general requerirían un trabajo estadístico mucho más responsable de parte del Estado argentino. Muchas víctimas omiten hacer la denuncia, por desconfianza en el Estado, y los casos de homicidios son registrados con criterios equívocos.

De acuerdo a cifras oficiales informadas a la Organización Mundial de la Salud, en 2015 hubo 2.253 homicidios, a razón de 5.1 casos por cada 100,000 habitantes. En el mismo lapso, hubo una tasa de 25/100.000 en Brasil, 22/100.000 en México y 25/100.000 en Colombia.

El especialista Marcelo Bergman, de la Universidad de Tres de Febrero señala que en nuestro país cada año mueren unas 20.000 personas por acciones violentas. Unas 10.000 son producto de accidentes, otras 2.300 por homicidios, y unas 3.100 por suicidio. Cerca de 5000 personas mueren todos los años por causas violentas e indeterminadas. Esas muertes por causas “indeterminadas” advierten que puede haber muchos más homicidios de los que se reconocen.

A esta falencia estadística debemos añadir la ausencia de una perspectiva atinada sobre la incidencia de la crisis social en la crisis de inseguridad. El avance del paco así como la complicidad entre las mafias y las fuerzas de seguridad son decisivos en este escenario violento. Aunque víctimas y victimarios pertenecen a todas las clases del espectro social, es verificable que los sectores de menores ingresos son especialmente vulnerables, ya que sus hogares no cuentan con los dispositivos del Estado en igual proporción que el resto de la sociedad. Además, tal como señala un informe del Observatorio de la Deuda Social, el deterioro del empleo, la educación y los ingresos ha generado, en cuatro décadas, nichos de marginalidad donde muchos jóvenes pobres, no sienten esperanza y no creen que vayan a disponer del tiempo necesario para planificar y consolidar sus vidas.

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